Mirar cerca para llegar lejos

María López

Las grandes cadenas de supermercados se han apropiado de nuestra despensa. Parece que es lo normal. Todos tenemos, a unos pocos metros de casa, un establecimiento donde podemos encontrar todo lo necesario. Incluso también aquello que no es tan necesario, pero acabamos comprando por capricho. Un producto que no solemos adquirir, un alimento propio de otros países que nunca hemos probado. Pero, ¿cuánto tiempo hace que no disfrutamos de un tomate de huerta? ¿o de esa fruta que comíamos cuando éramos pequeños y que es imposible encontrar en el súper? Si estamos concienciados con la importancia de una buena alimentación, no se nos deben olvidar los pequeños establecimientos de barrio, las verdulerías de la esquina que venden alimentos de proximidad o los mercados municipales. Quizá, si les diéramos una oportunidad, descubriríamos alimentos más sorprendentes que esa bolsa de snacks de una marca poco común en España. Especias con las que condimentar los platos, productos de nuestros campos, carnes y pescados frescos. Comprar, cocinar y disfrutar de la comida, ese es el reto al que muchos nos enfrentamos. Aunque al principio solo sean unas pocas veces a la semana. Visitar los comercios locales, pasear por los pasillos de nuestros mercados. Que la compra se convierta en un momento de relajación y de evasión, más que una carrera por llenar nuestra nevera. Parar, por un momento. Dejar atrás por unas horas nuestras estresantes vidas y esmerarnos en preparar esos guisos que tanto nos gustan. Volver a pisar la cocina, para algo más que para calentar un plato preparado. Compartir con la familia, con los amigos o con nosotros mismos una comida hecha con cariño. Ese debería ser el primer paso, un paso hacia el pasado, un paso hacia las cosas hechas con esmero y paciencia. Un paso que nos puede llevar, si existen el tiempo y las ganas necesarias, a un verdadero interés por respetarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno.