Un atracón de emociones
- comocomoblog
- 11 abr 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 6 may 2020
El hambre emocional, una forma de evitar sentimientos a través de la comida
Comer es una necesidad biológica. Todo ser necesita alimentarse para sobrevivir. Lo hacen los animales, las plantas y también las personas. Hablando en términos científicos, el cuerpo manda señales fisiológicas al cerebro para decir que necesita algo, un alimento o una sustancia. Sin embargo, en ocasiones, cuando el estómago está lleno, cuando no es posible tener hambre, aparece una necesidad que te hace levantarte del sofá y arramblar con lo primero que encuentras en la nevera. Un comer que va más allá del hambre. Un comer por comer, sin razón aparente. En esas ocasiones, surge el hambre emocional, una forma de emplear la comida como anestésico de los sentimientos.

El hambre emocional es una estrategia de evitación de las emociones, especialmente de las negativas como pueden ser la ira, el estrés, la ansiedad o el miedo. Estas suelen ser desencadenadas por la activación de un recuerdo o de un pensamiento, que no tiene por qué ser inmediato. «A veces se activa a través de la evocación de un recuerdo pasado que genera mal estar», explica el psicólogo Carlos Suso.
El hambre emocional es una estrategia de evitación de las emociones, especialmente de las negativas.
E inmediatamente, de forma automática y sin control, se recurre a la comida para regular esa emoción y evitar el malestar de una forma más rápida. Pero claro, seguramente el brócoli no será la primera opción en ese momento, sino alimentos como el chocolate, bolsas de patatas fritas o productos en snack. Alimentos menos sanos de los que se suele ingerir habitualmente. «Esto se debe a que estos tienen un efecto casi adictivo y la respuesta que da en nuestro cerebro es de placer momentáneo, que es justamente lo que buscamos cuando tenemos una emoción intensa, pues queremos algo que contrarreste de una forma fuerte e intensa esa emoción», argumenta Suso.
Sin embargo, algo que llama la atención de la psicóloga Alba López es el hecho de que los sentimientos negativos sean el detonante de esta práctica cada vez más común, dado que cuando las emociones negativas se desatan, el estómago se cierra. Es lógico pensar que sentimientos como la ira, la tristeza o la ansiedad puedan provocar una pérdida de apetito, pero ¿cómo puede ser que generen hambre?
«El comer está asociado a un placer, el placer con el que nos dieron la comida al nacer. Pero esto depende de la historia de cada uno, del vínculo que tenemos con la comida. Hay personas que dejan de comer y otras que, por lo contrario, necesitan calmar un vacío emocional a través de ella», explica la psicoanalista Isabel Menéndez, que alude a la primera infancia como uno de los factores que condicionan la relación de una persona con su alimentación.
«Hay personas que dejan de comer y otras que, por lo contrario, necesitan calmar un vacío emocional a través de ella»
Isabel Menéndez, psicoanalista.
Un perfil más proclive
A los sentimientos negativos, se le suma la dificultad de determinadas personas para regular las emociones. Y es que, aunque el hambre emocional puede desatarse en cualquier persona, hay un perfil más proclive a sufrir esta adicción.
Personas más expuestas a situaciones de estrés emocional o personas más vulnerables a nivel de personalidad o apoyo social están en situación de riesgo ante el hambre emocional. «Es lógico pensar que si alguien no regula bien la emoción va a utilizar estrategias de regulación emocional adaptativas», explica López. Lo mismo ocurre con aquellos que tienen ciertos rasgos de neuroticismo en su personalidad. Las personas neuróticas, o con inestabilidad emocional, asegura Suso, tienen emociones más intensas y cambiantes, lo que hace que les resulte más complejo gestionar su bienestar emocional y por tanto puedan recurrir a esta práctica.
A su vez, el psicólogo informa que otro factor de riesgo a tener en cuenta es lo que en psicología se llama la tolerancia al malestar, es decir, la capacidad de algunas personas para sobrellevar situaciones difíciles o incomodas. Aquellas personas que no toleran el malestar- explica -también pueden ser más proclives a esta adicción: «Si concibes las emociones negativas como algo a evitar a toda costa, es posible que tengas conductas donde evitarás tener esos sentimientos a través de recursos como el hambre emocional».
Las personas con inestabilidad emocional o con intolerancia al malestar tienen más riesgo de sufrir hambre emocional.

¿Adicción? ¿Esa palabra no es demasiado? No, y, de hecho, es más acertado hablar del hambre emocional como una adicción que como un trastorno alimenticio. Y es que, el comer emocional es similar a otras adicciones como el alcohol, el tabaco o las drogas, una forma de poner en blanco la mente para no pensar en lo que se siente. «Esto es como una medicación mala, te calma en el momento y calma un poco el conflicto que se tiene, pero el conflicto sigue ahí después», considera Menéndez, que explica este proceso como “una pescadilla que se muerde la cola”. Comes para resolver un problema que no puedes resolver con la comida, viene el sentimiento de culpa y entonces, se añade un segundo problema emocional al problema que ya tenías.
A ello, Alba López añade la posibilidad de que esta culpa degenere en depresiones a largo plazo. Pero esta no es la única consecuencia del hambre emocional. Este estilo de ingesta puede generar obesidad debido al tipo de alimentos de alta carga calórica que se consumen o problemas de diabetes, de colesterol, etcétera. En los casos más graves, dado que el hambre emocional está relacionada con el atracón, puede suponer trastornos por atracón, que en muchas ocasiones llevan al trastorno de bulimia nerviosa.
En los casos más graves, el hambre emocional puede suponer trastornos por atracón y trastornos de bulimia nerviosa.
¿Cómo paliarlo?
Sin embargo, antes de llegar a tales situaciones, los tres expertos aseguran que el hambre emocional tiene solución, o al menos, se puede tratar de controlar. El primer paso, importantísimo, -explican -es identificar esa emoción negativa que ha desencadenado la situación.

Una vez detectada, existen diferentes estrategias y ejercicios para evitar recurrir a la
comida: Llamar a alguien para desahogarse, dar un paseo, realizar actividad física… Herramientas alternativas que permitan “despejarse” de esos sentimientos, pero sin huir de ellos. «Es muy importante no suprimir las emociones porque son reacciones naturales del cuerpo que se desencadenas por una razón y es necesario permitirnos experimentarlas y observar cómo se producen en nosotros con conciencia», explica López, quien hace referencia al mindful eating como una buena técnica para aprender a comer sin atracones.
«Es muy importante no suprimir las emociones porque son reacciones naturales del cuerpo que se desencadenas por una razón y es necesario permitirnos experimentarlas y observar cómo se producen en nosotros con conciencia».
Alba López, psicóloga
Otra pauta rápida que se puede realizar es preguntarse a uno mismo qué pasa antes de abalanzarse sobre la comida. “¿Tengo hambre de verdad?” o “¿por qué quiero comer?” son preguntas que pueden ayudar a pensar antes de actuar. Al final, el cuerpo tiene diferentes formas de decir que tiene hambre física, es cuestión de atender a ellas y observar esas sensaciones.

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